Lo único que se escuchaba en toda la sala, aparte de la película; eran mis sollozos. Si, ahí estaba yo, sentadita en la butaca con mis palomitas, thé verde (para no romper taaaan feo la dieta) y mi pequeño paquetito de kleenex, llorando como niña pequeña en su primer día de escuela o como cierto presidente cuando le preguntan sobre libros (jeje).
Y es que cuando te metes al cine a ver Les Misérables, el resultado no puede ser otro. Claro que, cuando se trata de mi, es seguro que voy a llorar, llorar y seguir llorando hasta que terminen los créditos, las luces se enciendan y no quede ni una sola alma en la sala.
Si les gustan los musicales, esta es una película que no deben perderse. Lo que más me gustó y fue la causa de mi llanto es el contexto de la misma, la poesía que se encuentra entre tanta adversidad y que a pesar de haber sido publicada por primera ocasión en 1862; escrita por un gran personaje de la historia, bien puede trasladarse al tiempo actual.
Las actuaciones no se quedan atrás. Personalmente, me impresiona la capacidad histriónica de Hugh Jackman y Anne Hathaway. El despliegue de emociones es tan amplio y profesional que literalmente, me olvidé de todo lo demás y me metí en la pantalla para llorar con los personajes, sufrir con ellos, arrepentirme con ellos, pelear con ellos, morir con ellos...
Es imposible no derramar unas cuantas lagrimitas cuando ves a Fantine cantando I dreamed a dream; al ver su ilusión y esperanzas rotas, o a Valjean en Bring him home, mientras la muerte se acerca en una cruel batalla.
Yo estaba perfectamente cómoda con mi sufrimiento solidario hacia los personajes; hasta el momento en que terminó el film, ese en que la última letrita de los créditos desaparecie de la pantalla. Fue entonces que me dí cuenta que todo mundo me veía raro, sobre todo, los dos chicos que estaban sentados adelante de mi. No entendí el motivo de sus miradas curiosas, hasta que me ví en el espejo del tocador. Los ojos rojos, hinchados, llorosos y con bolsas (producto de mi desvelo hasta altas horas de la madrugada) me dieron la respuesta. Al verme tan sorprendida, mi acompañante dijo:" ¿Y como querías verte, si te pasaste llorando mas de 3 horas seguidas? Lloraste desde que empezó la película."
Salí de allí, orgullosa de mis ojos hinchados y rojos, con una sonrisa de oreja a oreja en contraste.
¿La razón? Lloré de la manera más rica, como hacía mucho no lloraba. Lloré por gusto propio y me supo de lo mejor. Ver un clásico de la literatura en la gran pantalla, con actores geniales y actuaciones perfectas con buena compañía... en mi opinión, el dinero mejor gastado de la semana.
Amiga, no habia visto tu blog y ahora que leo todas tus publicaciones, me encanto!!! Me encanta como escribes, hasta estoy imaginando que me lo estas platicando, no sabes como te extraño!! Pero bueno volviendo a tu anecdota...vere la pelicula, la verdad es que no me agradan mucho los musicales pero esta es un clasico y no me la quiero perder ademas quiero sentir todas esas emociones que describiste!!
ResponderEliminarQue bueno que te gustó, amiguita. Creeme que la peli no te defraudará; en cuanto al blog, sigo trabajando en acumular nuevas experiencias que contarles y datos de interés. Un beso!
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